Tuve la oportunidad (eso no es oportunidad, ni placer, circunstancias de la vida) de conocer a la victima: James y al victimario (la palabra es simplemente una etiqueta, podría ser otra no tan fría): David.
James, era un oficial de policía, que por esos días del incidente, accidente estaba de vacaciones. Su familia era o es una de las más pudientes del sector, el tipo a pesar de ser policía era buena gente, ya que los agentes de esta ciudad, mas bien pueblo, en su mayoría son arrogantes, se las creen de mucho por tener un uniforme. Pero él era una excepción: a todos saludaba, de pronto alguna infracción menor le hablaba a uno y le decía, oiga no lo vuelva a hacer porque otro no se la pasa. Buena gente a morir, otros lo catalogaban de pendejo. Era soltero y bajito.
David es un trabajador incansable, no se le arruga a nada. Vive solamente con su mama. No son creyentes de divinidades, creen en ellos mismos. Es un muchacho solidario, ayuda a los demás, es un gran conversador. También es un tipo buena gente. Aunque a veces-como a todos- se le salta el genio y la lengua, diciendo algunas verdades, que calla por decoro, y no hacer sentir mal a esa persona.
Esa tarde David iba a la mina a traer unos motores en la camioneta; James se estaba bañando en el rio, cuando pasó la camioneta dejando la polvareda.
Era un día asoleado, como ninguno otro, el sudor escurría sin esfuerzo. James era poco amante del calor, así que decidió irse, su familia no lo persuadió de quedarse. David volaba, ya estaba de regreso. James se acercaba al puente (separa al bañadero del pueblo). En la bajada para llegar al puente la camioneta perdió los frenos, el freno de seguridad no sirvió (todo conspiro). David observó a James y el abismo del lado izquierdo. Tenía dos opciones. Él decidió.
No he vuelto a ver a David.
Escrito por Juan Batero.